Es probable que los que siguen este blog se estén preguntando porqué intempestivamente cesaron los post y todo quedó detenido, como suspendido en la reflexión sobre el deporte en el arte. La respuesta es sencilla: tuve la fortuna de irme de viaje.
No fue cualquier viaje, fue uno muy especial. Primero, porque fue un viaje en grupo, éramos cuarenta. Segundo, porque nuestro destino fue Italia, nada menos que Roma, Florencia y Venecia. Y tercero, porque todos teníamos un mismo objetivo: vivir Italia a través del arte y sus artistas. Estas tres circunstancias hicieron de este viaje una experiencia inolvidable y por eso este mes de julio estará dedicado a las emociones que tuve el privilegio de vivir, algunas de las cuales recién hoy con la calma que da la distancia, puedo asumir en su real dimensión.
Así que aquí vamos…Era domingo y hacía mucho calor. Roma nos aguardaba para vivir un día emocionante: la visita a la Galería Borghese, uno de los museos más elegantes y sofisticados del mundo. La galería, ubicada en lo que fuera el palacio construido por el Cardenal Scipione Borghese en el siglo XVII y rodeada por sus maravillosos jardines, lagos y templetes, lucía espléndida al brillo del sol veraniego.
Dentro nos esperaba la selecta colección del cardenal y su familia; joyas únicas como los impresionantes Caravaggio, su Baco, el Joven con canasta, el David con cabeza de Goliat, la Madonna dei Palafrenieri; los impactantes Bernini, su David, el sensual Rapto de Prosperpina y la etérea Dafne y Apolo, entre tantas otras maravillas. Claro, que en una sala aparte solo para ella -como si reinara en majestad-, nos esperaba la fantástica, la única, la Paolina Borghese como Venus vencedora de Antonio Canova.
Me sudaban las manos y me palpitaba el corazón y no exagero, porque iba al encuentro una vez más de estas maravillas que admiro sin medida. Pero me enfrentaba a un desafío que nunca había vivido; por primera vez tenía que hablar sobre ellas, frente a ellas y para 39 personas que expectantes esperaban mis palabras. La primera que apareció ante nosotros fue Paolina, con toda su tersa sensualidad extendida en su blanco y mullido almohadón, y sinceramente se me hizo un nudo en la garganta. Era tal la emoción que no podía pensar ni siquiera por donde empezar. Pero de repente caminé hacia ella, la rodeé en silencio y mis ojos recorrieron la tensa posición de su espalda, el gesto indolente de su mano hundiéndose en la cabellera y ella me mostró orgullosa su manzana, esa que Paris le dio por ser a su juicio la más bella de las diosas.
Y fue allí, en ese instante, casi sin darme cuenta, que mi voz comenzó a fluir y brotó no sé de donde la historia de Paolina Bonaparte, aquella inteligente y atrevida hermana de Napoleón que casada con Camilo Borghese, le encargó al escultor más famoso de su tiempo, una obra que la inmortalizara como lo que era, una sensual y poderosa mujer en su máximo esplendor. El pobre Canova estaba en aprietos; no podía rechazar el encargo pero tampoco imaginaba como interpretar la tremenda carga de significados que los Bonaparte y especialmente Paolina representaban.
Pero Canova era un artista genial y encontró el camino en la Venus vencedora, la diosa que recibe la manzana como «la más bella» desatando la ira de las otras diosas y haciendo recaer la desgracia, la guerra y la muerte entre los mortales. La Paolina de Canova es diosa pero a la vez es también cortesana, es un juego de tensiones, porque es elegante y vulgar y su perfección absoluta, juega con la premisa de lo real y lo artificial. De allí, el lecho de madera que es objeto real y la suave perfección de la piel marmórea, de los pliegues de la túnica que apenas la cubren, del peso del cuerpo que asoma en cada hendidura de los almohadones, que son piedra, arte, ilusión de lo real.
Hablé durante unos veinte minutos y cuando terminé me sentí embargada por una profunda emoción. Pero esto recién comenzaba, porque en la sala siguiente, me esperaba la Dafne de Gianlorenzo Bernini, huyendo eternamente de la persecución de Apolo y en la siguiente, aguardaba su David con la piedra en la honda y en la siguiente Proserpina debatiéndose por no caer en los infiernos, y en la siguiente asomaba Caravaggio…y en la siguiente Rafael… y en la siguiente Tiziano y ….
Vivir la Galería Borghese dialogando con sus obras y expresando en palabras las historias esculpidas y pintadas por los grandes artistas del arte italiano, fue uno de los privilegios más grandes que la vida me ha regalado. Pero jamás olvidaré que fue Paolina Bonaparte Borghese, al ofrecerme indolentemente su manzana, que conseguí dominar la emoción y enfrentar el desafío profesional que me aguardaba. Ese domingo fue un día mágico y hoy puedo comprender que salió bien, gracias a la gentileza de la más bella.
Gracias por contarnos tu viaje. Disfrutamos viendo tu comentarios. Soñé con viajar a Italia ver el arte, me quedo pendiente. Sigue adelante Aurora
Excelentes cronicas Emma, te felicito por tu rigor y entusiasmo contagiosos! Como coleccionista y propietaria de museo, me encanta encontrar gente que disfruta del arte al cien por cien y que ademas lo transmite con tanta pasion! Espero poder mostrarte un dia mi coleccion en barcelona, te mandare fotos via mail, el palacio Dalmases es una maravilla, un abrazo, y gracias por tus enseñanzas!
Mariana de Fontcuberta
Gracias Mariana, por tus comentarios…..es así tal cual lo describís, como entiendo y disfruto del arte y me pone muy feliz que se transmita. Ojalá nos encontremos en barcelona, encantada de que me mandes fotos ….gracias