El retrato suele ser considerado un género menor, sin embargo, a mí encanta mirar retratos. Quizá sea porque soy gregaria y me gusta irme bien lejos y perderme en otras vidas y en otros tiempos. Quizá sea porque en un retrato el pintor se ve exigido por triplicado: como pintor, como sicólogo y como hombre. Al fin de cuentas y puestos al caso, un retrato no es más que el modo en que una persona ve a otra.
Por eso mirar un retrato es una experiencia inigualable, un juego de a dos, pero más divertido aún, es mirar al mismo retratado pintado por dos artistas diferentes.
Hagamos el ejercicio.
La semana pasada, publicamos el retrato de Sir Arthur Wellesley, 1er Duque de Wellington, pintado en 1815 por Sir Thomas Lawrence (1769-1830). Lawrence fue uno de los artistas que más veces pintó al héroe de Waterloo y entre ellos surgió una relación de amistad y respeto. Parece ser que Wellington odiaba posar- algo comprensible en un hombre de acción-, pero Lawrence conseguía controlar siempre su disgusto y así lo pintó infinidad de veces. De medio cuerpo, de cuerpo entero, a caballo y lo estaba pintado por enésima vez, cuando murió en 1830 y el retrato quedó inacabado (recién se expuso por primera vez en 2015 en ocasión de los 200 años de la Batalla de Waterloo).
Pero el retrato que nos interesa es el otro, porque por aquellos tiempos Wellington había sido retratado por Don Francisco de Goya, y no una sino en tres oportunidades: de medio cuerpo (1812-1814, National Gallery, Londres), a caballo (1812, Apsley House, Londres) y en un fantástico dibujo a lápiz y sanguina que se conserva en el British Museum.
La imagen que nos presenta Lawrence, es majestuosa y refleja sin ambages toda la sangre fría del héroe militar; esa mezcla indescifrable y tan poco común entre autoridad e inteligencia. Lawrence pinta a un vencedor, un héroe imperturbable que nos mira de frente con sus brazos cruzados, envuelto en el rojo fuego de su chaqueta y los dorados de sus entorchados, lazos y cordones.
La imagen de Goya es bien distinta. Wellington aparece también de medio cuerpo y también nos mira de frente, pero su cuerpo está en una ligera diagonal, con lo que el personaje resulta menos monumental. Los ojos ya no son hieráticos sino suavemente almendrados y provocan una ligera sensación de humana sorpresa. Lo más impresionante, es que el pecho del de Goya luce más condecoraciones y ordenes que el de Lawrence (muchas de ellas fueron agregadas después de obtenerlas entre 1813 y 1814), lo que implicaría un realce mayor de la figura y sin embargo, el de Goya palpita una humanidad que no se percibe en el de Lawrence.
En el retrato ecuestre -que es de grandes dimensiones-, la cosa se vuelve más patente, en tanto lo pinta con ropa de civil, algo impensable en un general victorioso. Pero era el propio Wellington el que habitualmente se paseaba de civil -para consternación de sus oficiales-; así lo hizo en plena Batalla de Waterloo. Está claro, que Goya escogió presentarlo con la discreción que le era habitual al retratado; más lo impresionante es que así también lo hace Lawrence en su retrato ecuestre y a pesar de todas las sencilleces la imagen sigue siendo monumental, solemne y distante.
Cuidado, esto no se trata de decir que Lawrence era un mal pintor, nada más lejos. Vuelvo al principio o sea a las exigencias con que lidian los artistas; Lawrence era inglés y por más que fuera su amigo y lo conociera más íntimamente que Goya, no podía dejar de verlo como un héroe mitológico. Goya en cambio, era español y había vivido la guerra, había sufrido el desgarro de la desilusión con los franceses y por más que respetaba y admiraba a Wellington, ya no creía en héroes. Goya había perdido la esperanza en los seres humanos y su sensibilidad buscaba denodadamente, aquello que lo alejara de esa tremenda sensación de fatalidad.
Por eso, si me dan elegir, me quedo con el dibujito a sanguina en el que Goya nos muestra a un Wellington exhausto por los meses de lucha; un hombre de mejillas hundidas y ojos tristes, que ha vivido privaciones y soportado inmensas responsabilidades, y pesar de ello, se mantiene alerta y vigilante. En este pequeño trozo de papel, Goya retrató a un hombre y su circunstancia, y al hacerlo, nos regaló más emociones que las que podemos encontrar en los metros y metros de tela, con que los ingleses supieron honrar a uno de sus más admirados héroes.
*Gracias Ana Baxter, por la inspiración….
El inglés pinta su héroe ,espléndido y distinguido.
Goya pinta un hombre.
Los dos,fascinantes.
Me quedo con el héroe ,si tuviera un castillo!
Hola Emma, me quedo con el Wellington de Lawrence, sin desmerecer a Goya. Al final de tus reflexiòn nombras a Ana Baxter,Recièn llego del Vernissage de su obra en la Liga de Fomento de P. del Este.No la conocìa,pero de atrevida me presentè y le comentè que la mencionabas.Hasta la semana pròxima.
Yo me quedo con los de Goya. Que humanidad!!!! Como se siente el ser humano que hay en la obra. Como siempre tu didactica me gratifica enormemente.